La cultura del cuidado de nuestros mayores es algo intrínseco al ser humano, en cualquier sociedad y época histórica. Ya desde la Prehistoria, diversos estudios atestiguan que los mayores eran cuidados en el seno de la propia tribu. En momentos posteriores (Egipto, Grecia, Roma, Edad Media, Renacimiento…), la posición de los mayores en la sociedad sufrió cambios en cuanto a estatus y poder, pasando alternativamente de integrar consejos de sabios, donde su criterio y experiencia eran valorados y tenidos en cuenta, a ocupar roles de irrelevancia social y política. Pero cualquiera que fuera su papel en la comunidad, los cuidados siempre aparecen reflejados. Siempre en manos de las mujeres. Y siempre como una obligación asumida, no como un trabajo remunerado.
Este modelo ha tenido que repensarse en los últimos años, porque los cambios sociales han sido exponenciales en varios aspectos:
1. La incorporación de la mujer al ámbito laboral la ha sacado de casa y, al hacerlo, ha multiplicado sus obligaciones. Todavía en muchos casos, las mujeres asumen tres funciones: su trabajo en el hogar, su trabajo fuera del hogar y su trabajo como cuidadora. Dos de esas funciones, sin percibir salario alguno. Los cuidados no profesionales requieren esfuerzo, dedicación, recursos y suelen provocar agotamiento, estrés crónico, depresión, abandono de las relaciones sociales y baja autoestima.
2. La pirámide demográfica se ha invertido. La esperanza de vida ha aumentado y cada vez nacen menos bebés. Esto hace que haya cada vez más ancianos, cada vez mayores, sin que exista relevo generacional.
3. El modelo de familia ha evolucionado. Las mujeres tienen cada vez menos hijos, los tienen cada vez más tarde y aquel modelo de hogar intergeneracional donde convivían abuelos, hijos y nietos en el mismo domicilio y donde los cuidados se iban alternando según quien los fuese necesitando, galopa en tendencia descendente.
4. Las relaciones interfamiliares cambian. La movilidad geográfica actual en el ámbito laboral, combinada con esos núcleos familiares reducidos, provoca en muchas ocasiones que estas microfamilias actuales vayan estirando sus lazos y que el contacto entre sus miembros sea cada vez menor. Las obligaciones del trabajo son mayores y queda poco tiempo para el cuidado del familiar mayor.
5. La arquitectura se ha adaptado a esos cambios sociales. El diseño de las ciudades actuales se basa en la creación de espacios habitables reducidos, donde muchos ancianos viven solos. Se reducen las familias, se reducen las viviendas.
6. La soledad en la vejez es ya un problema social de primer orden. En la Unión Europea, más del 30% de los ancianos viven solos, con todas las consecuencias negativas que este hecho conlleva, como explica este artículo de AYUDANIA titulado La soledad no deseada de muchos ancianos: una epidemia que va en aumento.
7. Los gobiernos legislan sobre dependencia, un asunto que hace apenas unos años ni siquiera figuraba en la agenda política, ya que estaba implícito que todo lo relacionado con esta cuestión recaía en el seno familiar. Aun así, los recursos son insuficientes y su gestión, en muchos casos, demasiado lenta.
8. Se ha multiplicado la construcción de residencias de ancianos, a pesar de que en muchas ocasiones se ha detectado que puede ser un modelo ineficaz y que no siempre contribuye al bienestar del mayor.
En este contexto histórico y social, los cuidados profesionales a domicilio que ofrece AYUDANIA se presentan como la mejor opción para conciliar vida familiar y profesional con la confianza de que nuestros mayores están en las mejores manos. Y en el mejor entorno: su hogar de toda la vida.
AYUDANIA, los cuidados que dan vida.