La COVID-19 ha resultado ser un coronavirus de transmisión muy rápida, con una tasa de mortalidad especialmente alta entre las personas mayores. La situación de los ancianos se ve agravada por las características biológicas de esta etapa de la vida, con deterioro del sistema inmunológico, lo que los hace más vulnerables al contagio y a las peores consecuencias del mismo. Además, en esta franja de edad la enfermedad se ha manifestado con síntomas atípicos, según alerta la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, lo que añade todavía más contratiempos a un contagio en este sector poblacional.
De todos los ancianos afectados por la COVID-19 en España, las peores consecuencias fueron para los ingresados en residencias geriátricas. La OMS calcula que en toda Europa murieron unas 55.000 personas mayores residentes en este tipo de centros y el país con mayor índice de mortalidad entre ellas fue España. Las residencias se convirtieron en focos de contagio y muerte. En la mayoría de las ocasiones, tanto la enfermedad como el deceso se sufrieron en soledad. No en vano, la pandemia ha sido definida como una “emergencia geriátrica”.
La consecuencia más grave del coronavirus la muestran esas cifras, datos de contagios y muerte, pero lo cierto es que el confinamiento al que nos condujo a todos la pandemia tuvo consecuencias especialmente negativas y persistentes entre los ancianos; y no solo físicas, sino también psicológicas. Actualmente, las vacunas disminuyen las posibilidades de padecer los efectos más graves del coronavirus, pero las secuelas emocionales tras lo vivido todavía permanecen entre la población mayor.
Para los no ingresados en residencias, la soledad, el aislamiento y la desconexión del exterior ha dejado huella en sus rutinas, sus capacidades y su estado de ánimo. Y el miedo por su propia vulnerabilidad ha hecho que empeorase la salud mental de la mayoría. Las relaciones interpersonales han cambiado drásticamente desde el confinamiento. Nos vemos menos y, cuando lo hacemos, nos tocamos, besamos y abrazamos menos. Muchas veces por preservar la seguridad de los mayores, por esa consciencia sobre su fragilidad, pero los efectos psicológicos de esa falta de contacto humano también puede tener consecuencias devastadoras.
En AYUDANIA creemos firmemente en el bienestar integral de la persona mayor y la base de nuestros cuidados radica en prestar la misma atención al bienestar emocional que al físico. El aislamiento y la ausencia de relaciones en la tercera edad reduce la actividad física, genera problemas de sueño, aumenta el deterioro cognitivo, merma el estado de ánimo y aumenta la sintomatología depresiva. Tras esta pandemia, muchos mayores han añadido a su lista de miedos nuevas preocupaciones: no tener cuidados adecuados al final de su vida, temor a contagiarse o contagiar a sus seres queridos, miedo a tener que acudir a un hospital colapsado, a tener que ingresar en una residencia donde se aíslen todavía más y no se sientan seguros, pánico a morir solos…
Todas estas ideas negativas contribuyen a acelerar un deterioro que se podría atenuar, con los cuidados adecuados, en su propio domicilio y con la ayuda necesaria para seguir sintiéndose a salvo. En palabras del director regional de la OMS para Europa, Hans Henri P. Kluge: “Todas las personas mayores deben ser tratadas con respeto y dignidad durante estos tiempos. No podemos dejar a nadie atrás”.
Confía en AYUDANIA. Confía en Los cuidados que dan vida.